Pastoral Penitenciaria
"¡Mamá!,
no bebas más; ¡ya sabes lo que pasa!
José, era un señor de unos sesenta años, lo conocí en la
prisión, y quizás porque era de un lugar cercano al que yo nací, la cuestión es
que pronto hicimos muy buena amistad. Era un hombre de fácil conversación,
conquistador y un poco aventurero.
Desde que nos hicimos amigos
siempre frecuentaba la capilla, más que nada para hablar, y poco a poco me fue
contando su vida. Tenía una pena larga por ser una causa de narcotráfico; lo
cual siempre me chocó bastante, porque quien lo viera, la imagen que daba era
la de un "paisano" de pueblo, hombre sencillo y con esa
"chispa" de gustarle buscar cosas nuevas, pronto se hacía unas
cábalas para montar un negocio, -algo así como el cuento de la lechera-, en
este sentido lo califico de "aventurero", otros, a lo mejor , lo
llamarían incauto, quizás un poco extrovertido; pero a la vez muy
"pillo", no se fiaba de todos, le gustaba saber en quien podía
confiar.
Recuerdo las veces que me
habló de su madre y de la devoción a la Virgen María. Un día me vino con el cuento, o eso creía yo,
de que tenía un manto para una imagen de la Virgen que le había costado más de
3.000 €, y que si yo sabía de una Iglesia que lo necesitara, que se lo dijera,
que se lo regalaba, y así lo hicimos. Fue deseo de su madre, y él se empeño en
cumplir ese deseo en el momento en que pudo económicamente. Más adelante me
enteré de que ese deseo, existió y José lo había cumplido comprándole un manto
a la Virgen de su pueblo; pero, un día la mujer de José se lo pidió al cura,
-quería que le devolviera el manto-, de ahí la rapidez en buscar otra imagen
para el "dichoso manto".
Metidos ya, en estas
profundidades, me entero que mi amigo José también es el dueño del puticlub de
su pueblo. Su señora mujer también -muy devota de la Virgen - en una ocasión se
apuntó a una peregrinación que el párroco del pueblo organizaba a Roma, y sin
contar con ello, la esposa de mi amigo, se vio excluida de la peregrinación;
razón por la que se enfadó y por lo que decidió quitarle el manto a la Virgen,
el que su marido le había donado a la parroquia, para cumplimiento de la
promesa de su difunta madre.
Estando así las cosas,
recibo una llamada y al otro lado del "celular" como diría un argentino,
alguien me dice: "soy el hijo de José", -¿de qué José?, -del de la cárcel;
me gustaría hablar con usted. A la semana siguiente recibo la visita: "un
chico joven, que me explica las causas de la reunión, -quiere casarse y
necesita un cura-". Le explico todo
el papeleo y él a su vez me cuenta el por qué quiere casarse por la Iglesia y
toda su situación personal. Había estado casado por lo civil y tenía un hijo de
esa unión. Los mando al párroco de su pueblo, que los acoge afectuosamente, hacen
los cursillos prematrimoniales y el expediente. Llegado el día de la boda, su
padre sale de prisión con un permiso extraordinario para acudir a la ceremonia.
Cuando llego al
pueblo, me avisan de que me vaya a la
casa del novio, y así lo hago, conozco a la madre y me dicen que quieren
confesarse, una vez terminado, me explican que tengo que ir, también a confesar
a la novia, me acompaña su futuro marido, cogemos el coche y a los diez minutos
aparcamos delante de una casa en la carretera general, bajamos del coche y veo
que se trata de un club, ¿y eso pregunto?, a lo que me contesta que la novia
vivía en la planta de arriba, y efectivamente, había unas escaleras laterales
por el exterior de la casa para acceder a la planta superior, subimos las
escaleras y nos abre la puerta un chico joven con rasgos muy afemininados,
espero un poco, y al rato sale una chica que me informa que la novia se está
vistiendo, que si quiero la puedo confesar ahora o esperar que termine de
vestirse, ¡espero!, a la media hora ya está lista, entro a su habitación y la
confieso. Es una chica brasileña, joven y muy amena en el habla, trabaja en la
planta baja y allí conoció a su futuro marido, cuando se hizo cargo del
"negocio" al llevarse a su padre a prisión.
Celebramos la ceremonia
religiosa en la iglesia del pueblo, con muy pocos invitados pero todos y sobre
todo ellas, con unos vestidos majestuosos. Sacadas las fotos de rigor, toca
comer, y allá vamos, -yo también estaba
invitado -, aunque he de reconocer que tuve algunas dudas de asistir o no-.
Una vez en el local, conté
sobre veinte personas, una mesa presidencial para los novios. donde estaba
también José y los padrinos. A mi lado se sienta una niña con la que me pongo a
hablar, me dice que tiene doce años y que es hija de la madrina de la boda, iba
al colegio en un pueblo que conocía muy bien de mis tiempos jóvenes, porque
allí había una sala de fiestas, que es donde antiguamente se lijaba con las
chicas, y estaba relativamente cerca de la parroquia del novio. Su madre trabajaba en el club de
José y por lo tanto compañera de la novia, el padrino era un agricultor del
lugar y cliente asiduo del negocio.
A la mitad de la comida se
descubren ya los que habían bebido en exceso, una de ellas la madrina, José
permanecía serio, y el chico que me había abierto la puerta, estaba ya en
malísimas condiciones. Lo observe durante toda la comida, nunca vi a nadie
beber tanto vermut, ni a nadie que hablara tanto, al final acabo tirándose por
las mesas, mientras los demás se reían, ¡no debía de ser la primera vez!; de
repente, la niña que estaba a mi lado, se levanta y a viva voz comienza a
gritar: "mámá, no bebas más, ya sabes lo que pasa", el otro que ya no
se levantaba de la mesa, nadie hace caso, todos se reían, y yo me quedé de
"piedra" mirando la chica, y a la vez me decía a mi mismo:
"tiene más sentido la niña que todos estos que están aquí"; pero, de
repente me siento intrigado "por lo que era eso que pasaba, así que se lo
pregunté a la niña, y ella me contó que se tenía que hacer cargo de sus dos
hermanas más pequeñas, por las noches, ya que su madre, se iba a trabajar, pero
algunas veces regresaba muy de madrugada, borracha y acompañada, -el padrino-
se despertaban las niñas, no había quien las llevara la colegio a la mañana...,
etc.
Decidí marcharme, me despido
de todos, y por el camino iba reflexionando sobre la experiencia de ese día. La
necesidad, la pobreza, la falta de formación obliga..., también la tentación de
pensar en una vida fácil y cómoda nos lleva a arriesgarnos en peleas que al
final se vuelven contra nosotros; pero eso no es lo peor, - lo que ya sabes que
pasa- eso era lo peor; personas
inocentes que sufren las consecuencias de los malos actos de quienes los
realizan. Son las consecuencias del pecado, que en el mejor de los casos, nos
llevan a pedir perdón, -pero que no es
suficiente- hay que resarcir el daño hecho, en la medida de lo posible.
Po otro lado, pienso en
aquella gente del club, hombres y mujeres, que se reían, bailaban, bebían y
lucían sus trajes,...., con una alegría aparente, pero sin brillo en los ojos,
a excepción del que pueda dar el alcohol y la cocaína, habían perdido también
su libertad -igual que José- aunque nunca habían estado en prisión.
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